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cual bajo fronda verde y negras ramas
se ve en los Alpes sobre sus riachuelos. 111
Delante de él al Éufrates y al Tigris 112
creí ver brotando de una misma fuente,
y, casi amigos, lentos separarse. 114
«Oh luz, oh gloria de la estirpe humana,
¿qué agua es ésta que mana en este sitio
de un principio, y que a sí de sí se aleja?» 117
A tal pregunta me dijeron: «Pide
que te explique Matelda»; y respondió, 119
como hace quien de culpa se libera, 120
la hermosa dama: «Esta y otras cosas
le dije, y de seguro que las aguas
del Leteo escondidas no le tienen.» 123
Y Beatriz: «Acaso otros cuidados,
que muchas veces privan de memoria,
los ojos de su mente oscurecieron. 126
Pero allí va fluyendo el Eunoé:
condúcele hasta él, y como sueles,
reaviva su virtud amortecida.» 129
Como un alma gentil, que no se excusa,
sino su gusto al gusto de otro pliega,
tan pronto una señal se lo sugiere; 132
de igual forma, al llegarme junto a ella,
echó a andar la mujer, y dijo a Estacio
con femenina gracia: «Ve con él.» 135
Si tuviese lector, más largo espacio
para escribir, en parte cantaría
de aquel dulce beber que nunca sacia; 138
mas como están completos ya los pliegos
que al cántico segundo destinaba,
no me deja seguir del arte el freno. 141
De aquel agua santísima volví
transformado como una planta nueva
con un nuevo follaje renovada,
puro y dispuesto a alzarme a las estrellas. 144
PARAÍSO
CANTO I
La gloria de quien mueve todo el mundo
el universo llena, y resplandece
en unas partes más y en otras menos. 3
En el cielo que más su luz recibe 4
estuve, y vi unas cosas que no puede
ni sabe repetir quien de allí baja; 6
porque mientras se acerca a su deseo,
nuestro intelecto tanto profundiza,
que no puede seguirle la memoria. 9
En verdad cuanto yo del santo reino
atesorar he podido en mi mente
será materia ahora de mi canto. 12
¡Oh buen Apolo, en la última tarea 13
hazme de tu poder vaso tan lleno,
como exiges al dar tu amado lauro! 15
Una cima hasta ahora del Parnaso 16
me fue bastante; pero ya de ambas
ha menester la carrera que falta. 18
Entra en mi pecho, y habla por mi boca
igual que cuando a Marsias de la vaina
de sus núembros aún vivos arrancaste. 21
¡Oh divina virtud!, si me ayudaras
tanto que las imágenes del cielo
en mi mente grabadas manifieste, 24
me verás junto al árbol que prefieres 25
llegar, y coronarme con las hojas
que merecer me harán tú y mi argumento. 27
Tan raras veces, padre, eso se logra,
triunfando como césar o poeta,
culpa y vergüenza del querer humano, 30
que debiera ser causa de alegría
en el délfico dios feliz la fronda 32
penea, cuando alguno a aquélla aspira. 33
Gran llama enciende una chispa pequeña:
quizá después de mí con voz más digna
se ruegue a fin que Cirra le responda. 36
La lámpara del mundo a los mortales 37
por muchos huecos viene; pero de ése
que con tres cruces une cuatro círculos, 39
con mejor curso y con mejor estrella 40
sale a la par, y la mundana cera
sella y calienta más al modo suyo. 42
Allí mañana y noche aquí había hecho 43
tal hueco, y casi todo allí era blanco
el hemisferio aquel, y el otro negro, 45
cuando Beatriz hacia el costado izquierdo 46
vi que volvía y que hacia el sol miraba:
nunca con tal fijeza lo hizo un águila. 48
Y así como un segundo rayo suele
del primero salir volviendo arriba,
cual peregrino que tomar desea, 51
este acto suyo, infuso por los ojos
en mi imaginación, produjo el mío,
y miré fijo al sol cual nunca hacemos. 54
Allí están permitidas muchas cosas
que no lo son aquí, pues ese sitio
para la especie humana fue creado. 57
Mucho no lo aguanté, mas no tan poco
que alrededor no viera sus destellos,
cual un hierro candente el fuego deja; 60
y de súbito fue como si un día
se juntara a otro día, y Quien lo puede
con otro sol el cielo engalanara. 63
En las eternas ruedas por completo
fija estaba Beatriz: y yo mis ojos
fijaba en ella, lejos de la altura. 66
Por dentro me volví, al mirarla, como
Glauco al probar la hierba que consorte
en el mar de los otros dioses le hizo. 69
Trashumanarse referir per verba
no se puede; así pues baste este ejemplo
a quien tal experiencia dé la gracia. 72
Si estaba sólo con lo que primero 73
de mí creaste, amor que el cielo riges,
lo sabes tú, pues con tu luz me alzaste. 75
Cuando la rueda que tú haces eterna
al desearte, mi atención llamó
con el canto que afinas y repartes, 78
tanta parte del cielo vi encenderse
por la llama del sol, que lluvia o río
nunca hicieron un lago tan extenso. 81
La novedad del son y el gran destello
de su causa, un anhelo me inflamaron
nunca sentido tan agudamente. 84
Y entonces ella, al verme cual yo mismo,
para aquietarme el ánimo turbado,
sin que yo preguntase, abrió la boca, 87
y comenzó: «Tú mismo te entorpeces
con una falsa idea, y no comprendes
lo que podrías ver si la desechas. 90
Ya no estás en la tierra, como piensas;
mas un rayo que cae desde su altura
no corre como tú volviendo a ella.» 93
Si fui de aquella duda desvestido,
con sus breves palabras sonrientes,
envuelto me encontré por una nueva, 96
y dije: «Ya contento requïevi 97
de un asombro tan grande; mas me asombro
cómo estos leves cuerpos atravieso.» 99
Y ella, tras suspirar piadosamente,
me dirigió la vista con el gesto
que a un hijo enfermo dirige su madre, 102
y dijo: «Existe un orden entre todas
las cosas, y esto es causa de que sea
a Dios el universo semejante. 105
Aquí las nobles almas ven la huella 106
del eterno saber, y éste es la meta
a la cual esa norma se dispone. 108
Al orden que te he dicho tiende toda
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