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optimismo de encargo, de tolerancia en realidad rencorosa con la
verdad y de ajustamiento obligatorio al cientifismo y a los gustos
oficiales, sin olvidar la  cultura que todo lo avala y que a nada
compromete, si no es precisamente a una cómplice "neutralidad"; a
esto se añade un desprecio no menos universal y casi oficial de todo
lo que es, no decimos  intelectualismo , sino verdaderamente
intelectual, teñido, pues, en la mentalidad de la gente, de un matiz
de 'dogmatismo', de  escolástica , de  fanatismo y de 'prejuicio'.
Todo ello concuerda perfectamente con el psicologismo de nuestro
tiempo, e incluso es, en gran parte, su resultado.»
* Este capítulo apareció en la revista Études Traditionnelles, núm.
389, 1965. La nota no fue incluida por el autor en la edición alemana
de este libro. (N. del T.)
Cfr. el prefacio del libro de Heinrich Zimmer sobre Shri Râmana
Maharshi.
Cfr. nuestro libro Alquimia, op. cit. Del sistema geocéntrico del
mundo típico del medioevo, puede decirse, en líneas generales, lo
siguiente: aunque sea «ingenuo» creer que el Sol y los diversos
planetas se muevan en otras tantas esferas celestes en tomo al
centro de la Tierra, esta hipótesis del sistema del mundo tal como se
presenta a nuestros sentidos implica un realismo espiritual. En
realidad, o bien el mundo carece de sentido y, por lo tanto, no puede
ser captado espiritualmente, en cuyo caso la cosmología no es más
que una locura que nos lleva a vagar de detalle en detalle; o bien se
basa en una unidad espiritual que nunca lograremos conocer
completamente, pero que debe ser inherente a cada aspecto total de
la naturaleza.
El sistema ptolemaico del mundo es de una notable claridad
espiritual; para sin época era de una calidad científica perfectamente
satisfactoria, pues daba una respuesta a todas las preguntas surgidas
de la observación de la naturaleza. La «ciencia» no puede ir más
allá; siempre tendrá un carácter provisional, y nunca definitivo; la
validez relativa de un sistema del mundo se funda en su unidad
lógica, mientras que su alcance espiritual se basa en su simbología,
que será tanto más fuerte y convincente cuanto más directamente se
dirija a los sentidos.
Según la concepción medieval, toda esfera es movida por una
inteligencia angélica (intelligentia). A la ciencia moderna que nos
dice que los movimientos de, los astros pueden explicarse
físicamente, replicamos que, en la medida en que podamos
reconocerlas como «leyes», las leyes físicas son a su vez de
naturaleza «inteligible».
Con la imagen de los coros angélicos dando vueltas en tomo al
centro divino hay una anticipación del sentido del sistema
heliocéntrico: la fuente de cada luz es asimismo el «motor inmóvil»
del orden cósmico. Si la unicidad del sol en el sistema copernicano
queda ampliamente superada por el descubrimiento de otros soles,
también este hecho es significativo: ningún símbolo puede ser único
como Dios.
La Iglesia, exigiéndole a GaliIeo que presentara sus propias tesis
sobre el movimiento terrestre y Solar, no como verdad absoluta, sino
como hipótesis, tenía sus buenas razones. Desde un punto de vista
absoluto, el sistema de Copérnico no puede ser más que una hip6telis
(el descubrimiento mismo del movimiento propio del Sol lo invalidó
en un Cierto sentido, y no hablemos de las teorías modernas sobre la
relatividad y aun de otras relativizaciones que esperamos del futuro).
Por otra parte, la Iglesia posee, además, un derecho a salvaguardar
la visión del mundo espiritualmente verdadera, que en el sistema
geocéntrico había encontrado el propio sostén sensorial ante el
peligro que se deriva de la concepción puramente matemático-
mecánica de las cosas, que a Galileo le interesaba más que el
movimiento o la inmovilidad de la Tierra.
En realidad, la Iglesia no repudió la teoría Copernicana, que a su vez
procedía de la de Icetas de Siracusa, hasta ochenta años más tarde,
cuando Galileo, sin presentar ninguna prueba decisiva para la nueva
teoría, transfirió la controversia sobre el orden geocéntrico o
heliocéntrico del mundo al plano teológico, con sus violentos ataques
desafiando a la Curia a tomar posiciones. El Papa Urbano VII propuso
definir el sistema heliocéntrico como una tesis matemáticamente
posible, Pero no necesariamente como la verdad definitiva. En vez de
aceptar esta Propuesta, en su Diálogo sobre los Máximos Sistemas,
Galileo representó al Papa como un ignorante. Esto condujo al
conocido proceso en el curso del cual Galileo no pronunció en realidad
su famoso -eppur si muove-, deponiendo las armas para poder
concluir en paz su propia vida. La exaltación literaria de Galileo llevó
a que, en varios dignatarios eclesiásticos, brotara una especie de
conciencia de culpabilidad que les volvió extrañamente impotentes
frente a las teorías científicas modernas, aun cuando éstas entrasen
en clara contradicción con las verdades de la fe y de la razón. Se
suele decir que la Iglesia no hubiera debido inmiscuirse en los
problemas científicos. Sin embargo, el propio caso de Galileo
demuestra que, con su pretensión de poseer la verdad absoluta, la
nueva ciencia racionalista del Renacimiento se presentaba como una
segunda religión.
Cfr. el comentario del propio Dante a estos versos en su carta a [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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