[ Pobierz całość w formacie PDF ]

-¿Hemos de correr todos los riesgos mientras él cosecha recompensas? -bramó-. ¿Acaso debemos
pelear por él?
En un par de largas zancadas, Conan se acercó al lugar que ocupaba el hombre y se inclinó para mirar
de cerca su barbudo rostro. El cimmerio no sacó su cuchillo, pero tomó la vaina que lo guardaba y la
adelantó diciendo:
-Nunca le he pedido a nadie que pelee por mí. ¡Desenvaina tu cuchillo si te atreves, perro asqueroso!
El wazuli retrocedió gru endo como un felino.
-¡Atrévete a tocarme -dijo- y aquí hay cincuenta hombres que te harán pedazos!
-¡Cómo! -exclamó Yar Afzal enrojeciendo de ira-. ¿Eres tú el jefe de Khurum? ¿Los wazulis reciben
órdenes de Yar Afzal o de un perro de baja estofa?
El hombre se encogió ante su invencible jefe, y Yar Afzal se acercó a él, lo cogió por la garganta y lo
sacudió violentamente hasta que su rostro adquirió un tono ceniciento. Luego arrojó al hombre con
todas sus fuerzas al suelo y lo miró, al tiempo que se veía brillar en su mano la hoja curva de su largo
cuchillo. Entonces preguntó:
-¿Hay alguien más que ponga en duda mi autoridad?
Los guerreros agacharon la cabeza, cuando la belicosa mirada de Yar Afzal barrió el semicírculo. Yar
Afzal gru ó despreciativamente y envainó el arma con ademán insultante. Luego le dio varios
puntapiés al hombre caído hasta que le arrancó gritos de dolor.
-Ve hasta el valle y habla con los vigías -le ordenó-. Luego regresa y dime si han visto algo.
El hombre se alejó temblando de miedo y apretando los dientes con furia.
Yar Afzal tomó asiento pomposamente sobre una roca y se acarició la barba. Conan se quedó de pie
cerca de él, con las piernas separadas y los pulgares apoyados en el ancho cinto, observando
detenidamente a los demás guerreros. Éstos lo miraron hoscamente, sin atreverse a despertar otra vez
la cólera de Yar Afzal, pero odiando al forastero como sólo sabían odiar los hombres de las monta as.
-Y ahora escuchadme, hijos de perros bastardos. Conan y yo hemos planeado enga ar a los
kshatriyas...
La voz tronante de Yar Afzal llegó incluso a oídos del guerrero que se alejaba. El hombre pasó junto al
grupo de caba as, donde las mujeres que habían contemplado su derrota se rieron de él haciendo
jocosos comentarios, y luego se apresuró a tomar el camino que serpenteaba en dirección a la entrada
del valle entre enormes formaciones rocosas.
Cuando tomó la primera curva y perdió de vista la aldea, se detuvo asombrado. Nunca había creído
que un extranjero pudiese entrar en el valle de Khurum sin ser localizado de inmediato por los vigías
de las alturas, esos hombres con ojos de halcón. Aun así, había un hombre sentado con las piernas
cruzadas sobre un peque o rellano de piedra, junto al camino. Estaba vestido con un túnica de pelo de
camello y llevaba un turbante verde.
El wazuli abrió la boca para lanzar un grito de alarma, al tiempo que su mano derecha aferraba la
empu adura de su cuchillo, pero en ese preciso momento sus ojos se encontraron con los del forastero
y el grito murió en su garganta, a la vez que su mano se paralizaba. Permaneció inmóvil como una
estatua, con los ojos brillantes y mirando al vacío.
Durante unos minutos la escena quedó congelada. Luego, el hombre sentado en el rellano rocoso
trazó un símbolo críptico sobre la tierra con el dedo índice. El wazuli no le vio colocar nada dentro del
círculo, pero inmediatamente observó que algo brillaba allí... Era una bola redonda, negra, que parecía
azabache pulido. El hombre del turbante verde la tomó con una mano y la arrojó hacia el wazuli, que la
cogió con gesto mecánico.
-Lleva eso a Yar Afzal -dijo el hombre.
El wazuli se dio media vuelta como un autómata y retrocedió por el sendero, sosteniendo la negra bola
en su mano extendida. Ni siquiera volvió la cabeza ante los comentarios jocosos de las mujeres
cuando volvió a pasar al lado de las caba as. No parecía oír nada.
El hombre del turbante lo vio alejarse y esbozó una sonrisa enigmática. Detrás del rellano surgió la
cabeza de una joven, que lo miró con admiración, pero con un cierto temor que no había sentido la
noche anterior.
-¿Por qué has hecho eso? -preguntó.
El hombre acarició los negros rizos de la muchacha y contestó:
-¿Acaso todavía estás mareada por tu viaje en el caballo volador que pones en duda mi sabiduría?
Después de decir esto se echó a reír y agregó:
-Mientras Yar Afzal viva, Conan estará a salvo entre los guerreros wazulis. Sus cuchillos están muy
afilados y son muchos. Lo que planeo será más seguro, incluso para mí, que matarlo y arrebatar a la
Devi de sus manos. Porque no hay que ser adivino para predecir lo que harán los wazulis y Conan
cuando mi víctima entregue el globo de Yezud al jefe de Khurum.
Yar Afzal, que estaba delante de la caba a, se detuvo en medio de una frase, sorprendido y disgustado
al ver que el hombre que había enviado al valle estaba de regreso.
-¡Te ordené que fueras a ver a los vigías! -bramó el jefe-. Ni siquiera has tenido tiempo de ir hasta allí.
El guerrero no contestó. Permaneció inmóvil, mirando con gesto inexpresivo el rostro de Yar Afzal.
En la mano extendida llevaba la bola negra. Conan, mirando por encima del hombro de su amigo,
murmuró algo y extendió una mano para tocarle un brazo. Pero al hacerlo, Yar Afzal, impulsado por
un ataque de cólera, le dio un golpe en la cara al guerrero con el pu o cerrado y lo tiró al suelo. Cuando [ Pobierz całość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • sliwowica.opx.pl
  •