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El ingeniero Serko pronunció este nombre con voz dura y se alejó sin que se
me ocurriera detenerle.
¡El pirata Ker Karraje! ¡Sí! ¡Este nombre es una revelación para mí! Le
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conozco. Y ¡qué recuerdos más terri bles evoca! ¡El solo me explica lo que
consideraba yo inexplicable! ¡El me dice en manos de quién he caído!
He aquí lo que puedo relatar sobre el pasado y el presente de Ker Karraje,
uniendo a los antecedentes que yo tenía lo que he sabido por boca del ingeniero
Serko:
Hace Ocho o nueve años, los mares del Oeste Pacífico fueron teatro de
atentados sin nombre, de actos de piratería que se efectuaban con rara audacia.
Una banda de malhechores de diverso origen, desertores délos conti ngentes
coloniales , escapados de presidios, marineros que abandonaron sus navíos,
operaba a las órdenes de un terrible jefe. El núcleo de esta banda se había formado
primero de gentes de las poblaciones europeas y americanas, a las que atrajo el
descubrimiento de neos criaderos de oro en los distritos de la Nueva Gales del Sur,
en Australia. Entre estos pescadores de oro se encontraban el capitán Spada y el
ingeniero Serko, dos perdidos, a los que una comunidad de ideas y de caracteres no
tardó en unir muy íntimamente listos hombres, instruidos, resueltos, hubieran
seguramente obtenido buen éxito en todas partes y en cualquier carrera, nada más
que con su inteligencia; pero, sin conciencia ni escrúpulos, determinados a
enriquecerse por cualquier medio, pidiendo a la. especulación y al juego lo que
hubieran podido obtener por el trabajo paciente y regular, arroláronse en las más
inverosímiles aventuras, neos un día, arrumados al siguiente, como la mayor parte
de los que quieren buscar la fortuna en los yacimientos auríferos.
Había entonces en los criaderos de la Nueva Gales del Sur un hombre de
una audacia incomparable y también de esos aventureros atrevidos que no
retroceden ante nada, ni ante el crimen y cuya influencia sobre las naturalezas
violentas y malvadas es irresistible.
Este hombre se llamaba Ker Karraje.
A pesar de las pesquisas que se hicieron, nunca pudo averiguarse cuáles
eran el origen y la nacionalidad de este pirata , ni los antecedentes del mismo. Pero
si pudo escapar a todas las informaciones, su nombre recomo el mundo; era
pronunciado con horror y espanto, como el de un personaje legendario, invisible y al
que no se podía coger.
Ahora tengo motivo para creer que este Ker Karraje, es de raza malaya.
Poco importa, en suma. Lo cierto es que, con justicia, se le tenía por un terrible
bandido y autor de los múltiples atentados cometidos en aquellos mares lejanos.
Después de haber pasado algunos años en los criaderos de oro de Australia,
donde trabó relaciones con el ingeniero Serko y el capitán Spada, Ker Karraje llegó
a apoderarse de un navío en el puerto de Melboume, de la provincia Victoria. Unos
treinta canallas, cuyo número se triplicó bien pronto, se hi cieron sus compañeros.
En aquella parte del Océano Pacífico, donde la piratería es todavía tan fácil y,
digámoslo, tan fructífera, ¡cuántos barcos fueron apresados, cuántas tripulaciones
asesinadas, cuántas batidas organizadas en ciertas islas del Oeste, que los colonos
no tenían fuerza para defender! Por mas que el navío de Ker Karraje, mandado por
el capitán Spada, hubiera sido señalado vanas veces, jamás fue posible apoderarse
de él. Parecía que tenía la facultad de desaparecer a su voluntad en medio de aque -
llos laberínticos archipiélagos, cuyos pasos y ense nadas conocía perfectamente.
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El espanto remaba, pues, en aquellos parajes. Los franceses- los ing leses-
los alemanes- los americanos enviaron inútilmente barcos en persecución de
aquella especie de navío espectro, que salía no se sabía de dónde, se ocultaba de
la misma manera, después de los pillajes y las matanzas que se desesperaba de
poder impedir o castigar.
Un día terminaron estos actos criminales. No se oyó hablar más de Ker
Karraje. ¿Había abandonado el Pacífico por otros mares? Viendo que la piratería no
se recomenzaba, se pensó que, sin hablar de lo que había sido gastado en orgías y
en francachelas, quedábale aún bastante del producto de los robos durante tanto
tiempo efectuados, para constituir "un tesoro de "un valor enorme.
Y ahora, sin duda, Ker Karraje y sus-compañeros gozaban de él, después
de haberle puesto en segun dad en algún escondite de ellos sólo conocido.
¿Dónde se había refugiado la banda desde su desaparición? Inútiles fueron
cuantas pesquisas se hi cieron; y como la inquietud cesó con el peligro ,
comenzáronse a olvidar los atentados de que el Oeste Pacífico había sido teatro.
He aquí lo que había pasado, y he aquí ahora lo que no se sabrá nunca si yo
no consigo escapar de Back-Cup.
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