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ha sido, siempre hay alguna clase de pecado, según sea la detención hecha en ella, y
también según sea la naturaleza de la causa del placer sentido. Una mujer que, sin haber
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dado motivo para ser festejada, se complace, no obstante, en serlo, no deja de ser digna de
reprensión, si el placer que en ello encuentra no tiene otra causa que la galantería. Por
ejemplo, si el que quiere hacerle el amor toca exquisitamente el laúd, y a ella le gusta, no el
ser requerida de amores, sino la armonía y dulzura del sonido, no hay pecado, aunque no
debe detenerse mucho en este placer, por el peligro de pasar del mismo a la delectación de
aquel requerimiento; igualmente, pues, si alguien me propone alguna estratagema llena de
sutileza y artificio para vengarme de mi enemigo, y yo no me complazco ni consiento en la
venganza que se me propone, sino que me deleito únicamente en la sutileza de la invención
y del artificio, indudablemente no peco, aunque no es conveniente que me entretenga en
este placer, porque, poco a poco, puede arrastrarme a que me deleite en la misma venganza.
A veces, son algunos sorprendidos por cierto cosquilleo de delectación, que sigue
inmediatamente a la tentación, antes de que puedan buenamente echarlo de ver. Esto, a lo
más puede ser un pecado muy leve, el cual, empero, se hace mayor, si, después que se han
dado cuenta del mal, se entretienen, por negligencia, por espacio de algún tiempo,
discutiendo con la delectación, acerca de si han de admitirla o no, y mayor todavía si, al
darse cuenta de ella, se detienen, con verdadero descuido, sin ningún propósito de
rechazarla. Mas, cuando voluntariamente estamos resueltos a complacernos en tales goces,
este mismo propósito deliberado es un gran pecado, si el objeto en el cual nos recreamos es
notablemente malo. Es un gran vicio para una mujer fomentar amores malos, aunque, en
realidad, no quiera entregarse jamás al amante.
CAPÍTULO VII
REMEDIO CONTRA LAS GRANDES TENTACIONES
Enseguida que sientas en ti alguna tentación, haz como los niños, cuando en el campo ven
algún lobo o algún oso; al instante corren a los brazos de su padre y de su madre, o, a lo
menos, les llaman y les piden auxilio y socorro. Acude de la misma manera a Dios,
reclamando su auxilio y misericordia; es el remedio que enseña Nuestro Señor: «Orad para
no caer en la tentación».
Si ves que la tentación persevera o aumenta, corre, en espíritu, a abrazar la santa Cruz,
como si vieses delante de ti a Cristo crucificado, protesta que no consentirás en la tentación,
y pídele socorro contra ella y, mientras dure la tentación, no ceses de afirmar que no quieres
consentir.
Pero, cuando hagas tales protestas y deseches el consentimiento, no mires de frente a la
tentación, sino solamente a Nuestro Señor, porque, si miras la tentación, podrá hacer vacilar
tu valor, sobre todo si es muy violenta.
Distrae tu espíritu con algunas buenas y laudables ocupaciones, porque estas ocupaciones al
entrar en tu corazón y al establecerse en él, ahuyentarán las tentaciones y sugestiones
malignas.
El gran remedio contra todas las tentaciones, grandes y pequeñas, es desahogar el corazón y
comunicar a nuestro director todas las sugestiones, sentimientos y afectos que nos agitan.
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Fíjate en que la primera condición que el maligno pone al alma que quiere seducir, es el
silencio, como lo hacen los que quieren seducir a las esposas y a las hijas, que, ante todo,
les prohíben comunicar a los maridos y a los padres sus proposiciones, siendo así que Dios
quiere que demos a conocer enseguida sus inspiraciones a nuestros superiores y directores.
Y si, después de lo dicho, la tentación se empeña en importunarnos y en perseguirnos, no
hemos de hacer otra cosa sino insistir por nuestra parte, en la protesta de que no queremos
consentir; porque, así como las mujeres no pueden quedar casadas mientras dicen que no,
de la misma manera no puede el alma, aunque muy agitada, ser jamás vencida si se niega a
serlo.
No concedas beligerancia a tu enemigo, y no le contestes palabra, si no es aquella con que
Nuestro Señor le respondió, y con la cual le confundió: « ¡Vete, Satanás! Adorarás al Señor
tu Dios y a Él sólo servirás». Y así como la mujer casta no ha de responder una sola palabra
al hombre envilecido que le sigue haciéndole proposiciones deshonestas, sino que,
dejándole al punto, ha de inclinar, al instante, su corazón del lado de su esposo, y ha de
renovar el juramento de fidelidad que le prometió, sin entretenerse en dudar, así el alma
devota, al verse acometida de alguna tentación, no ha de pararse en disputar y en responder,
sino que, sencillamente, ha de volverse hacia el lado de Jesucristo, su esposo, y prometerle
de nuevo que le será fiel, y que sólo quiere ser toda de Él, por siempre jamás.
CAPITULO VIII
QUE ES MENESTER RESISTIR A LAS TENTACIONES PEQUEÑAS
Aunque es cierto que hemos de combatir las grandes tentaciones con un valor invencible, y
que la victoria que, sobre ellas, reportemos será para nosotros de mucha utilidad, con todo
no es aventurado afirmar que sacamos más provecho de combatir bien contra las
tentaciones leves; porque así como las grandes exceden en calidad, las pequeñas exceden
desmesuradamente en número, de tal forma que el triunfo sobre ellas puede compararse con
la victoria sobre las mayores. Los lobos y los osos son, sin duda, más peligrosos que las
moscas, pero no son tan impertinentes ni enojosos, ni ejercitan tanto nuestra paciencia. Es
una cosa muy fácil no cometer ningún homicidio, pero es muy difícil evitar los pequeños
enfados, de los cuales se nos presentan
ocasiones a cada momento. Es muy fácil a un hombre o a una mujer no cometer adulterio,
pero ya no lo es tanto abstenerse de ciertas miradas, de dar o recibir amor, de procurar
gracias o pequeños favores, de decir o aceptar piropos. Es muy fácil no ser rival del marido
o de la mujer, en cuanto al cuerpo, pero no es tan fácil no serlo en cuanto al corazón; cosa
fácil es no mancillar el lecho nupcial, pero es muy difícil no lesionar el amor de los casados;
cosa fácil es no hurtar los bienes ajenos, es, empero, difícil no desearlos ni envidiarlos; es
muy fácil no levantar falso testimonio en juicio, pero es muy difícil no mentir en una
conversación; es muy fácil no embriagarse, pero es muy difícil ser sobrio; es muy fácil no
desear la muerte del prójimo, pero es difícil no desearle algún malestar; es muy fácil no
difamarle, pero es difícil no despreciarle.
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En una palabra, estas pequeñas tentaciones de ira, de sospechas, de celos, de envidia, de
amoríos, de frivolidad, de vanidad, de doblez, de afectación, de artificio, de pensamientos
deshonestos, son los cotidianos ejercicios, aun de las personas más devotas y decididas; por
esta causa, amada Filotea, conviene que, con mucho cuidado y diligencia, nos preparemos
para este combate, y ten la seguridad de que cuantas fueren las victorias logradas contra
estos pequeños enemigos, otras tantas serán las piedras preciosas engarzadas en la corona
de gloria que Dios nos prepara en su paraíso. Por esto digo que, mientras esperamos la
ocasión de combatir bien y valientemente las grandes tentaciones, si llegan, es menester
que nos defendamos bien y dignamente de los pequeños y débiles ataques.
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