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los mormones no podían jugar con ella porque les estaba prohibido.
-Mamaíta, muy enferma-dijo Fay llevando a Juana hacia la puerta de la casucha en
que vivía su madre, una pobre viuda.
Juana entró. Constaba la vivienda de una sola y sombría habitación que apenas
contenía muebles; sin embargo, su aspecto era de gran limpieza. En una cama había una
mujer.
-Señora Larkin, ¿cómo os encontráis? -preguntó Juana con ansiedad.
-He estado muy enferma durante una semana, pero ahora estoy mucho mejor.
-¿Habéis estado aquí sola, sin que nadie os cuidase?
-No, no. Mis vecinas son buenas; todas me atienden y forman turno para ello.
-¿Me habéis hecho llamar?
-Sí; repetidas veces.
-Pues..., nada me han dicho; no recibí ningún recado vuestro.
-Mandé a los chicos y se lo dijeron a vuestras criadas. Juana sintió que le flaquearon
las piernas al recibir aquel golpe, y necesitó reunir todas sus fuerzas para sobreponerse.
Nuevamente había vislumbrado el secreto poder que la circundaba, y que se atrevía a llevar
sus siniestras maquinaciones a su propia casa. Como una araña en las tinieblas de la noche,
una mano invisible había comenzado a encerrarla, poco a poco, en una red de intrigas v
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Librodot Los jinetes de la pradera roja Zane Grey
hechos misteriosos. Juana Withersteen dióse clara cuenta de lo que la amenazaba, y al
comprenderlo serenóse por completo y, se despertó en ella la combatividad de sus mayores.
-Señora Larkin, estáis mejor, y de ello me alegro -dijo-. Ahora que ya estoy aquí,
¿puedo hacer algo por vos, enviaros algo que os haga falta o cuidarme de Fay?
-¡Sois tan buena! ¿Qué hubiera sido de mí y de mi hija sin vos, desde que se murió mi
pobre marido? Yo deseaba hablaros sólo por Fay. Creí morirme esta vez, y me preocupaba el
porvenir de la niña. Ahora estoy mejor, pero también me hallo al cabo de mis fuerzas, y no
viviré ya mucho. De modo que más vale que os hable con entera franqueza. ¿Recordáis que
hace tiempo me venís hablando de cederos a Fay para que podáis criarla como hija vuestra?
-Sí, sí..., y me complacería tenerla. Sin embargo, espero que el día...
-Eso no importa. El día vendrá..., más temprano o más tarde. Yo rechacé entonces
vuestro ofrecimiento, y ahora os voy a decir el motivo.
-Ya lo sé-dijo Juana-. Porque no queréis que la eduque como mormona.
-No, no fue eso precisamente -contestó la viuda, y puso una escuálida mano sobre el
brazo de la joven-No quisiera decíroslo, pero... Bueno, yo conté vuestros deseos a todas mis
amigas, que, como sabéis, os quieren, v me contestaron que os podía confiar a Fay. Pero las
mujeres son charlatanas, y se enteraron los mormones. Entonces me dijeron algo que me hizo
sospechar que vos no queríais adoptar a Fay por amor a ella, sino porque vuestros deberes
religiosos os ordenan preparar a una muchacha gentil para destinarla como esposa a algún
mormón.
-¡Eso es una vil mentira! -exclamó enojada Juana.
-Ello me hizo vacilar -continuó la señora Larkin -, pero en el fondo, nunca lo creí. Y
ahora estoy dispuesta a...
-¡Esperad! Señora Larkin: yo quizás habré dicho en mi vida muchas mentiras sin
importancia, pero jamás he mentido cuando se trataba de algo serio, ni cuando con mi
mentira podía perjudicar a alguien. Ahora, podéis creer lo que os digo. Yo quiero a la
pequeña Fay. Si la tuviera a mi lado la adoraría... Y quisiera probároslo. Venid las dos a vivir
a mi casa. Es muy grande, y vivo muy sola. Cuando estéis mejor y queráis, os daré trabajo.
Yo cuidaré de la pequeña y la educaré, pero no a lo mormón. Y sí, cuando sea mayor, desea
marcharse al Estado de Illinois, la dejaré ir, pero no con las manos vacías. Lo prometo.
-¡Ya sabía yo que era mentira! -repuso la viuda, v se recostó en la cama con un
suspiro de alivio-. ¡Juana Withersteen, que el cielo os bendiga! Siempre he sentida por vos
profunda gratitud, y sólo porque sois mormona no me he atrevido a creer en vos hasta ahora.
Poco sé de religiones, pero estoy segura de que vuestro Dios y el mío son el mismo.
VIII
En el misterioso Desfiladero que resultó ser un lugar de sorpresa para Venters, la
súplica de la muchacha herida de no llevarla nuevamente al lugar de donde había venido
coronó los sucesos de los últimos días con algo inexplicable para el joven. Venters se aturdió
al oír que ella no deseaba volver con los ladrones de ganado. Mas cuando ponderó el caso, la
súplica de la herida no hizo sino confirmar su primera impresión de que la muchacha era más
desgraciada que mala, lo cual le dio una sensación de alivio y de alegría. Si hubiese sabido,
antes del encuentro, que el Jinete Enmascarado de Oldring era una mujer habría formado de
ella una opinión distinta y la hubiese abandonado. Mas sólo supo de ella cuando vio su
blanco rostro temblando en una convulsión de agonía; oyó cómo los labios manchados de
sangre pronunciaron el nombre de Dios; en los ojos tristes y temerosos de la infortunada vio
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su alma. Y hacía sólo un momento que le dirigiera la extraña súplica: «¡No me llevéis... allí...
nunca!» No era posible creer que fuese mala.
-¿Cómo os llamáis? -preguntó.
-Bess -contestó ella.
-¿Qué más?
-Solamente Bess.
Venters, al ver que la muchacha bajaba honestamente los ojos y que las rosetas
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