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expresar hacia los otros, hacia los animales, hacia la naturaleza, hemos de poder
expresar directamente el amor al amor en sí, aparte de toda manifestación concreta,
aparte de toda forma, de todo atributo particular.
Esto puede hacerse a través de la oración.
Todo es oración
Cuando yo expreso mi aspiración, mi demanda de poder vivir ese amor total de un
modo pleno, esta expresión es oración. No es necesario que yo me fabrique unas formas
determinadas. Puede que estas formas me sean útiles, que me ayuden, pero no es
absolutamente necesario que las construya. La mejor oración es la que uno hace con
toda su conciencia de ser y la que expone ante Dios con sencillez, con simplicidad, pero
con toda el alma.
La oración es demanda, pero al mismo tiempo es ofrecimiento y entrega. El amor es
algo que -como se dice ahora- compromete a la persona, obliga a toda la persona a que
siga detrás de eso, obliga a toda la persona a quedar involucrada. El amor no es una
faceta particular de nuestra existencia; el amor es el centro de nuestra vida interna y,
como tal centro, abarca e incluye todos nuestros aspectos. Por lo tanto, todo ha de
reflejar, de un modo u otro, ese amor. Pero este amor no puede ser confundido con el
sentimentalismo o con la emotividad. Hay un amor en la emoción: ésta es un aspecto
del amor; hay un amor en los sentidos, la sensualidad; hay un amor del corazón al nivel
concreto humano: la simpatía, el efecto a las personas o a los animales; hay un amor a
nivel de la mente: el placer intelectual; hay también un nivel superior de amor: el amor a
la belleza; hay amor en la ética: el amor al bien. Y, finalmente, un amor al Amor.
3°. Finalmente, ha de haber el amor de la inteligencia, el ir a Dios a través de la
inteligencia. Esto significa que yo he de tratar de comprender, de intuir, de dar paso a
las definiciones que hay en mí sobre esa naturaleza única que es el Absoluto. Que yo
sea consecuente con la intuición que tengo de que Dios es el Ser Omnipotente, el único
poder (más adelante se verá las implicaciones prácticas que esto tiene), que Dios es la
única felicidad, la única norma, la única ley, la única inteligencia. Por tanto, me he de
dirigir a Dios también a través de mi inteligencia y en busca de esa inteligencia.
Abrirme más a todo lo que es verdad, comprender que cada vez que yo ensancho un
poco más mi horizonte, sea en el aspecto que sea, me estoy acercando un poco más a
Dios, a la divinidad. La inteligencia no nos aleja de Dios; sólo nos aleja de El cuando la
vivimos como una propiedad del yo personal, cuando es un bien que nos atribuimos en
nuestro propio yo aparte de los demás, cuando es una posesión nuestra, cuando nos aísla
de los demás, de Dios. Pero la inteligencia en sí es siempre un acercamiento, un
ensanchamiento a lo que es la inteligencia misma. Por tanto, en mis estudios, en la
comprensión de los problemas humanos, en todo lo que es mi vida intelectual,
absolutamente en todo, he de ver un acercamiento a Dios, una comprensión de Dios, no
sólo en el sentido metafísico o teológico, sino también a través de sus manifestaciones.
Cada vez que entiendo un poco más las grandes leyes que rigen la naturaleza, que rigen
la humanidad, que rigen todo lo que existe, de hecho me estoy acercando un poco más a
Dios. Debo ser consciente de esto. No he de separar en mi mente aquello que llamo
conocimiento técnico, conocimiento de la naturaleza, ciencia de lo que llamo Dios,
porque esta separación es completamente ficticia. Conocer el campo de expresión de la
divinidad es conocer un modo de la divinidad.
Yo quisiera explicar que este ir hacia Dios ha de ser un convertir toda nuestra vida en
un constante canto, en una constante oración. Oración en este sentido: expresión a Dios
de lo que siento, de lo que anhelo, de lo que aspiro, de lo que espero. Una expresión
constante, sincera, profunda, total. Simplemente, todo lo que aspiro está ahí, lo expreso
ahora a través del hablar, lo expreso ahora a través del moverme. Esto en todos los
aspectos de la vida, pero de un modo particular en la práctica que llamamos oración, así
como en esa práctica especial que es la expresión a través de la música. Intentad hacerla
como una oración, pero no en el sentido usual de rezar, sino como expresión de todo
sentimiento que despierta la música, tanto si se trata de una música ligera, como de otra
más profunda. Vivir todo esto como oración, como ofrecimiento a Dios, como la
entrega de uno mismo.
Preguntas
-Por lo que he entendido, esto debemos expresarlo más que en la música, en todos los
momentos de nuestra vida.
R. -Sí. Pero en la música existe un modo especialísimo de hacer esto. Al descubrir
este nuevo modo se descubrirá un nuevo sabor, un nuevo sentido en la música. La
música como oración total hacia Dios. Todo yo me expreso a Dios sin querer hacer de
niño bueno, sino expresando sólo mi naturalidad, lo que yo vivo con toda libertad y no
con esta sumisión prefabricada que se adopta cuando se quiere hacer algo de cara a
Dios. Es decir, hay que poder hacer broma, hacer bullicio, bailar incluso como oración,
al igual que lo hacemos con las cosas más profundas. Pero con una oración en la que
Dios está ahí, al otro extremo de mi expresión. Así como, hasta ahora, yo estaba
pendiente de lo que sentía y expresaba, ahora esto se dirige ya a alguien. Así, pues, se
produce esta polarización, esta dirección hacia donde yo me expreso. Y esto es
importante. Iniciamos en esto una fase de contacto; no una simple autoexpresión, como
hasta ahora, sino una fase de auténtica relación.
Durante muchos siglos se ha olvidado la función que había ejercido la danza como
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